martes, 19 de agosto de 2008

Poesía

¡Oh tú, muerte! Aguarda a que prepare
la maleta: el cepillo de dientes, el jabón,
la máquina de afeitar, la colonia y la ropa.
El clima ahí ¿es templado? ¿Hay
alternancias en la eternidad blanca
o son iguales otoño
e invierno? ¿Me bastará con un libro
para entretenerme en el no tiempo o me hará falta
una biblioteca? ¿Y qué lengua se habla ahí,
el dialectal de la gente o el árabe
clásico? /
... ¡Oh muerte! Aguarda, muerte,
a que la primavera y la salud
me devuelvan la claridad mental, y sé un cazador noble
que no abate al corzo junto a la fuente. Que sea nuestra relación
afectuosa y sincera: tuyo será
lo que obtengas de mi vida cuando culmine...
mío de ti contemplar los astros:
ninguno está del todo muerto, son espíritus
que cambian de forma y lugar /
¡Oh muerte! Oh sombra mía que
has de llevarme, a la tercera, oh
color vacilante en la esmeralda y el topacio,
oh sangre del pavo real, cazadora que alcanza el corazón
del lobo, oh mal de la imaginación! Siéntate
en la silla, pon los pertrechos de caza
al pie de mi ventana, y cuelga sobre la puerta
el pesado llavero. No te fijes,
oh poderosa, en mis arterias, al acecho del último
punto débil. Tú eres más fuerte
que la medicina, más fuerte que mi aparato
respiratorio, más fuerte que la miel fuerte
y no precisas ―para matarme― mi enfermedad.
Sé más noble que los insectos. Sé quien
eres, transparente correo que descifra lo invisible.
Sé como el amor, tormenta sobre los árboles, y no
te sientes en el umbral como el mendigo o el recaudador
de impuestos. No seas guardia de tráfico en
las calles. Sé fuerte, de acero puro, y quítate la máscara
del zorro. Sé
caballerosa, magnánima, de golpe certero. Di
lo que deseabas decir: «De un significado a otro
vengo. Es la vida un fluido y yo
lo adenso, lo nombro con mi cetro y mi balanza»... /
Oh muerte, aguarda, y siéntate en
la silla. Toma una copa de vino, y no
regatees conmigo, pues no es digno de ti regatear con hombre
alguno, y alguien como yo no se opone a la servidora
de lo invisible. Descansa... Acaso hoy estés agotada
de tanta guerra entre las estrellas. ¿Y quién soy yo
para que me visites? ¿Tienes tiempo de calibrar
mi poema? No. Eso no es cosa
tuya. Tú eres responsable de cuanto de barro hay
en el ser humano, no de sus actos o sus dichos /
Te han derrotado, oh muerte, las artes todas.
Te han derrotado, oh muerte, los himnos de
Mesopotamia. El obelisco del egipcio, el Valle de los Reyes,
los jeroglíficos de los templos te han derrotado
y vencido, y de tus emboscadas se ha zafado
la eternidad...
Haz pues, con nosotros y contigo misma, lo que quieras.

[...]

Mahmud Darwish

Traducción de Luz Gómez García

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